viernes, 29 de mayo de 2015

“LA ESPADA QUE RASGÓ LA NOCHE OSCURA”

José Ramón Muñiz Álvarez
“LA ESPADA QUE RASGÓ LA NOCHE OSCURA”
(Soneto sobre espumas silenciosas
que llegan, moribundas,
a las costas
y mueren en las playas
candasinas)

             Quien siente los colores del paisaje como un dolor que vive en las entrañas comprende el desaliento del espíritu que aqueja a los románticos sin límite. Lo cierto es que hay quien ama las parcelas que vieron su niñez, los años mozos que hallaron las colinas siempre suaves y costas agresivas y gallardas. El caso es que quien mira, con el día, las olas a lo lejos, desde el puerto, pudiera comprender las emociones que habitan en las gentes lugareñas. La aurora suele ser el detonante, llenando el cielo todo con sus cambios, violentos unas veces, otras tenues, cuando la brisa corre los rincones.
             Y tornan a ser nuevos los colores que corren, con el mar, ante mi vista, jugando, caprichosos, a mostrarse como el espejo magno de los cielos. Y el cielo, que dibuja en esos lienzos azules encendidos, coralinos y brillos con pinceles alevosos se quiere retratar en ese espejo. El reino de los viejos pescadores es un imperio bello que me inspira, llenando cada sueño, si es que duermo; acaso el cristalino, si es que miro. Y entonces es preciso que la pluma describa, en el cuaderno envejecido, la imagen del paisaje en una rima que pueda decir algo de estos mares:

                                                    El alba que despierta la mañana
   
                                    bosteza, perezosa, donde el puerto,
   
                                    callado, sabe triste ese desierto
    
                                   de espuma que se agita soberana.

                                                    El brillo ve la llama que, lozana,
           
                            se ufana con el raro desconcierto,
          
                             y grita con valor, al aire muerto,
          
                             la voz de la gaviota más temprana.

                                                    El reino de los viejos pescadores
        
                               sospecha, en lo profundo, cada brillo,
            
                          cada color cuajado de hermosura.

                                                    El fondo desconoce los colores
       
                                que quiso, derrotando su castillo,
      
                                 la espada que rasgó la noche oscura.


             A veces hay belleza en esos mares que rugen con violencia cuando llegan los fuertes temporales del otoño, después de esos veranos siempre dulces. La brisa corre alegre cuando quiere, pues deja que los viejos, con sus lanchas, capturen a su gusto calamares, si quedan calamares en la zona. Las horas de la tarde también miran, allá en lo más lejano, los colores de botes que mecidos por las olas, disfrutan la aventura de la pesca. Pero es hermoso ver en los cantiles la furia de ese mar, cuando se agita y azota cada piedra con dureza, mostrando una dureza insuperable.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

sábado, 23 de mayo de 2015

El puerto



"EL PUERTO PERMANECE SILENCIOSO”

          El puerto permanece silencioso,
como un suspiro triste ante las luces
que muestran las estrellas solitarias
que brillan, temblorosas, en la noche.
Y, al tiempo que los viejos marineros
descienden las pendientes, sin apuro,
el faro alumbra el mar y su belleza,
bañada por el beso de la luna.
          Las aguas se adormecen y bostezan
en ese lecho suave, pues las olas
a duras penas llegan con la furia
que suelen cuando el mar está bravío.
Son horas de paciencia en ese llano
inmenso, inabarcable y majestuoso
que va de un horizonte a otro horizonte,
tejiendo el infinito entre sus manos.
          Y duermen las gaviotas, pues esperan
el alba que se tiende milagrosa,
mostrando los caminos de su vuelo
a zonas apartadas que se pierden.
Se siente en el ambiente ese salitre
que hiere, que se eleva y que deleita
el gusto del que busca, en cada ruta,
llenar su red con todos los cardúmenes.
          El pueblo va quedando tras la popa,
y el agua va agitándose en la boca
del puerto que contempla tanta calma
y ve partir al mar a los pesqueros.
Mas hay noches de furia y de tormentas,
de azotes repentinos de las olas
que arrancan, caprichosas, cuando quieren,
un grito que se vuelve todo espuma.
          Y es grito tenebroso, es grito lleno
de rabia, de dolor y de coraje,
un grito que se pierde en lo lejano,
hiriente con los pobres pescadores.
Las últimas semanas de septiembre
los mares se violentan, se violentan
las aguas, las espumas y los vientos
que agitan esas olas hacia tierra.
          La arena de las playas ve otras veces
los ocles esparcidos por doquiera,
después de las tormentas que el otoño
decide, si es que viene el tiempo malo.
Las redes, el sedal, el aparejo
valdrán de nuevo a viejos marineros
que luchan con el viento y su chillido,
volviendo al mar en sus embarcaciones.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

sábado, 2 de mayo de 2015

La verdad trabucada

Soneto

          Mentira es la verdad que, trabucada,
nos cuenta, descortés, el poderoso,
pues es, entre los otros, mentiroso,
en esta España nuestra desolada.
          Ingenua es la verdad cuando, callada,
nos muestra el regocijo vergonzoso,
del mismo que se sabe, codicioso,
y guarda su pensar en la mirada.
         Que es esta la nación de los ladrones

que amarran en la lengua las verdades
que saben pronunciar con la mentira.
          Ofenden el color de los blasones

que brillan, con más altas claridades,
en ese cielo claro que respira.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

 
 

viernes, 1 de mayo de 2015

Soneto fúnebre para el tío de un amigo



          Es cierto que el susurro del deshielo
el aire mezcla a un soplo de tristeza
que rompe el blanco en la naturaleza,
la escarcha desatando por el suelo.
          Es cierto que, de pronto, quiebra el hielo,
mirando como alegre despereza
la brisa un beso lleno de pureza,
que quiere ser abrazo de consuelo.
          No ignoran las lejanas alboradas
que vida dan al sol del nuevo día
que tanta luz se esparce en el vacío.
          Entonces, como suelen las nevadas,
las vidas, con fatal melancolía,
se fugan con apuro, como el río.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez